sábado, 20 de febrero de 2016

Cruz, piedras y colores




En nuestra parroquia en José Enrique Rodó hemos arreglado una pieza transformadola en sala de meditación. Meditamos con los niños y los adultos, aprendiendo el silencio y la quietud. 

La sala es muy sobria y sencilla. Invita al recogimiento. Solo faltaba una cruz, una cruz que nos recordara el amor silencioso del Salvador. El Amor que simple y sencillamente está ahí.

Antes de mi viaje a Italia expresé este deseo de conseguir una linda cruz para nuestra sala.
Al volver de Italia la cruz llegó. La ternura providente de Dios (que siempre tiene nombre y apellido) nos regaló una grande, hermosa y original cruz.
Ayer de tarde medité delante de la nueva cruz y pude de alguna manera penetrar su significado y comprender el mensaje que tenía para mi.
Se lo comparto con agradecimiento. 

La cruz tiene las cuatro extremidades terminando en una punta triangular: una punta en tres partes. Recuerda el Misterio de la Trinidad: Unidad que se manifiesta en la multiplicidad. La cruz como suprema manifestación de la Unidad que armoniza lo distinto y lo trasciende. 
Las puntas son redondas a indicar la suavidad y dulzura del amor: el proceso de regreso a lo Uno, a nuestra Casa, transita por los caminos del amor, que en nuestra historia concreta se expresa pacientemente y respeta los procesos humanos y de cada uno. 

Las piedras en las cuatro extremidades están en el lugar de la cabeza, los pies y las manos de Jesús: los lugares donde el amor se hizo historia, se hizo gestos concretos. Se hizo caminar y sanar, mirar y pensar, tocar y hablar. 
Piedras: algo duro, firme, duradero. Nos recuerda la firmeza del amor, su estabilidad, su fuerza. Como diría San Pablo: "El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta." (1 Cor 13, 7).
Piedras de colores: la creatividad y la belleza. El amor es por esencia sumamente creativo. El amor descubre la belleza y la construye con creatividad y pasión. Los colores también expresan armonía y distinción.

En el centro, en el lugar del corazón del Cristo hay una flor de donde brota una piedra rosada más grande que las demás.
En la tradición occidental el corazón es el lugar de más intimidad y profundidad, el lugar de las decisiones, el lugar de donde surge el amor... y cuando surge el amor la persona florece.
Cristo floreció y nos hace florecer. Cuando nos vivimos desde nuestra esencia todo florece y desde ese centro vital se irradia vida y amor. 
Nos descubrimos amados, nos descubrimos Uno en el Amor. En este Uno nos encontramos todos y encontramos todo. Más aún: somos ese Amor, somos ese Centro, expresándose en nuestra individualidad con infinita creatividad.
La piedra emerge desde una flor que recuerda la flor de loto; flor de loto que es símbolo central del budismo. La hermosa flor de loto vive en el barro, en agua y lodo. Símbolo maravilloso de la vida: florecemos desde y con nuestras miserias y nuestros errores.
La gran piedra es rosada: sugiere lo femenino, la maternidad. Dios Padre y Madre. Ternura y Compasión. Dios como el gran Útero que todo lo engendra y sostiene en cada instante. 





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