viernes, 21 de octubre de 2016

Lobos y desierto


Ella durmió con los lobos sin miedo, los lobos sabían que un león estaba entre ellos

R.M. Drake



Esta cita maravillosa de este escritor y poeta norteamericano (Drake es el pseudónimo de Robert Macias) nos sitúa en una de las claves de todo camino espiritual y de la meditación en quietud y silencio.

Recorrer hasta el fondo el camino espiritual supone enfrentarse con nuestros miedos y nuestro dolor: los lobos.

La gran mayoría de la gente huye continuamente de sus miedos y su dolor y por eso no puede crecer. Es una ley de la vida espiritual y del crecimiento. A ninguno se nos ahorra el terrible enfrentamiento. Más aún: los maestros espirituales son justamente aquello que tuvieron la valentía de sentarse en quietud y mirar de frente el terror.

Se cuenta que Buda, la noche antes de la iluminación, se sentó en meditación decidido a enfrentarse con el miedo y el terror. Los reconoció, los enfrentó y salió vencedor.

Es la misma experiencia de Jesús en del desierto en las famosas tentaciones. Experiencia tan central en el camino del Maestro de Nazaret que la relatan los tres evangelios sinópticos (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13, Lc 4, 1-13). 


También él, 500 años después de Buda, salió vencedor.

Como Jesús muchos cristianos se fueron al desierto para enfrentarse a sus lobos y a los lobos de toda condición humana. La victoria es siempre individual y colectiva a la vez. Tus lobos son los lobos de todos. Tu victoria es la victoria de todos.

El desierto en la tradición cristiana representa justamente esto: la necesidad de silencio y soledad para reconocer, enfrentarse y vencer nuestros propios miedos, pecados, sufrimientos y soledad.

El pueblo de Dios tuvo que pasar por el desierto para llegar a la tierra prometida. Miles de monjes se fueron al desierto para sentarse con sus lobos. Y salieron leones.
Todos tenemos que pasar por nuestro desierto. Elegirlo ante de que llegue por sí solo es un acto de valentía y de compromiso con el camino espiritual, camino que pasa necesariamente por el autoconocimiento.
El desierto, “este lugar donde no hay nada es el escenario privilegiado para vivir el propio autoconocimiento, puesto que no hay dónde esconderse ni con qué disimular”, nos dice Josep Otón Catalán.

En el silencio de la meditación nos sentamos en quietud y dejamos que aparezcan nuestros lobos. A menudo, por tanto huir, ni conocemos bien nuestros miedos y nuestro dolor. Tanto hemos huido que estamos muy lejos. Pero ellos siguen ahí y sigue actuando en nuestra vidas , esclavizándonos y condicionando terriblemente nuestra breve existencia.
Sentarse, abrirse, mirar, dejar aparecer. Sentarse en el medio de tus miedos y tu dolor es tal vez el acto más valiente que podamos hacer. Aparece el león.

Sentarse en quietud y silencio es aprender a ser un león en medio de los lobos, como sugiere nuestra poética cita. En el zen se habla de la montaña: siéntate como una montaña. Estable, firme, confiada. Los vientos de los miedos y del terror no te quebrará. También los maestros zen repiten a sus discípulos: “¡muérete en tu cojín!”. Qué simbólicamente significa: no te levantes de tu meditación hasta que haya enfrentado y derrotado el terror. Cristianamente Pablo habló de “hombre viejo” y “hombre nuevo”. 
¡No escapes del desierto hasta que el hombre viejo haya muerto y el nuevo haya nacido!

¡Qué hermoso es sentarse como un león o una montaña en medio del miedo y del dolor!

Ahí, realmente, empieza la vida. Empieza el camino espiritual. Empieza y termina.
Ahí está todo. Una vez hayas aprendido a sentarte en medio de tu dolor y tus miedos todo cobra vida, todo cobra un sentido nuevo. Aparece una paz inquebrantable. Surge una confianza indestructible. Te has enfrentado a la muerte y has vencido. Eres un león durmiendo en medio de lobos.
Eres otro Buda, eres otro Cristo. Eres el amor. Ya no hay miedo, ya no hay dolor, ya no hay muerte.

No es sencillo, sin duda. No es mágico tampoco. Requiere coraje y perseverancia. Pero cuando se tiene un destello de la luz que viene de todo eso ya no se puede dejar el camino emprendido.
Después de unos años que me siento en quietud y silencio en medio de mis miedos y dolor me sigo asustando y me sigo sintiendo frágil.
Pero sigo en la certeza que es el camino correcto. Me siento libre, profundamente libre. Y puedo vislumbrar el león que soy y la montaña. Puedo soportar el peso de mis miedos y mi dolor. Puedo mirarlos a los ojos sin huir.
¡Qué libertad!

A menudo estos miedos se disuelven y aparecen por lo que son: fantasmas. Una vez aparece la luz, la oscuridad se disuelve. Así pasa con nuestros miedos y nuestro dolor: una vez aprendamos a mirarlos se empiezan a disolver. Descubrimos que nuestros miedos, nuestros limites, nuestro sufrimiento no son tan terribles como creíamos.

Cerramos los ojos rodeados de lobos y cuando los abrimos hay ángeles: Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo” (Mt 4, 11).

Otras veces nos enfrentamos con lobos más tenaces y reales: las heridas afectivas y emocionales de nuestra historia, nuestra psique frágil y hambrienta de amor, nuestra soledad existencial. Seguimos ahí, sentados. Como un león, como la montaña. De a poco nuestros lobos se transforman. Se vuelven dóciles, se convierten casi en amigos. Los conocemos, los vigilamos. Sabemos manejarlos.

Nace el hombre nuevo. Otro Cristo y otro Buda que pueden acompañar a sus hermanos a sentarse en silencio con sus lobos.


¡Qué hermoso es sentarse como un león o una montaña en medio del miedo y del dolor!

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