domingo, 11 de diciembre de 2016

Mateo 11, 2-11



El texto de hoy sigue presentando la figura y la obra de Juan el Bautista. Hoy Mateo hace un paralelo con Jesús. La relación entre Juan y Jesús y sus respectivas comunidades fue uno de los temas del cristianismo de los comienzos.
¿Qué rol tenía Juan? ¿Qué rol Jesús? ¿Quién era más importante?
Desde nuestra perspectiva cristiana la respuesta es obvia. No era tan obvia en los primeros tiempos. Juan tenía sus seguidores y Jesús los suyos.
Por eso Mateo intenta ordenar la cuestión y nos da unas pistas de compresión.
Subrayo la esencial que nos viene justamente de la pregunta que Mateo pone en boca de Juan en la cárcel: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. En realidad Juan sabía bien quien era Jesús: “el que viene detrás de mí es más fuerte que yo… él lo bautizará con Espíritu Santo”. Mateo mismo lo había escrito (3, 11).
En el fondo es una pregunta retórica, más allá de la posibilidad que a Juan encarcelado pudo sobrevenir algún tipo de duda respecto del mesianismo de Jesús.
Fundamental es la respuesta de Jesús: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Mt 11, 4-5).
Esta respuesta, poco importa si son palabras de Jesús o de Mateo, nos da unas claves interpretativas fundamentales para nuestra vida y nuestra fe.
El evangelio interpreta el mesianismo de Jesús en clave de cuidado de la vida.
La genuinidad y la validez de un camino espiritual se comprueban en la vida concreta, no en la doctrina, los conceptos, las ideas.
El cuidado de la vida, la liberación del sufrimiento y la dignidad humana expresan el mesianismo de Jesús y cualquier auténtica espiritualidad.
Todo esto era bastante claro en los primeros tiempos de la iglesia y del cristianismo. Con el paso del tiempo – es un fenómeno típico de toda institución – el cristianismo se fue cristalizando y esclerotizando en fórmulas, doctrinas y dogmas.
Desde ahí el criterio de autenticidad del camino espiritual se centró más en la fidelidad racional a la doctrina que en la bondad y el cuidado de la vida.
Ser cristiano se convirtió en recitar el credo y asentir intelectualmente a una serie de fórmulas.
Obviamente estoy hablando por líneas generales. Siempre se mantuvo un núcleo más auténtico en algunas personas, grupos, lugar. La raíz profética siempre engendra nuevos brotes.
Hoy en día estamos llamados a volver con radicalidad y totalidad a este núcleo vivencial de la fe. Sin perder obviamente nuestra rica tradición que también está hecha de doctrina y fórmulas. Pero tendríamos que tener la conciencia clara que doctrinas y fórmulas cobran su sentido y valor solo después del cuidado de la vida y como expresión de ese mismo cuidado.
El mismo Mateo en su famoso relato llamado del “juicio final” (Mt 25) evidencia el eje de una vida lograda: “tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba enfermo y fueron a visitarme”….
La plenitud de la Vida se experimenta, desde ya, cuando cuidamos toda expresión de vida desde el amor, más allá de doctrinas y creencias. Doctrinas y creencias separan, el amor une.
La unidad fue el eje de la vida de Jesús como subraya con fuerza el evangelio de Juan. El cuidado de la vida es justamente lo que une y lo que nos une.
Todo ser humano, más allá de su cultura, su religión, sus creencias, necesita que se cuide su vida y que se cuida la vida.
En eso nos encontramos: todos. Desde ese cuidado de la vida los cristianos podemos aportar nuestro maravilloso matiz.



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