domingo, 31 de diciembre de 2017

Agradecer y enamorarse




Terminó un año social: se fue el 2017 y arranca el 2018. Más allá de que las fechas sean convencionales y poco tienen que ver con la eterna plenitud del Presente que no conoce fechas especiales, puede ser útil una breve toma de conciencia de este fenómeno psicológico del tiempo que se va y el tiempo que se viene.
Es esencialmente una oportunidad para “captar la vida que fluye” como dice el zen.
Tanta vida, abundante vida, pasó entre nuestras manos y nuestra sangre en este 2017.
Vida que se expresa en los acontecimientos: acontecimientos que juzgamos “buenos” y otros que juzgamos “menos buenos”, “indiferentes” o “malos”: juicios mentales al fin que poco tienen que ver con la abundancia de la vida. La Vida es siempre vida abundante en todas sus manifestaciones. No tendríamos que perder de vista esta verdad.

En el fondo la vida es aprendizaje y experiencia: sin duda estas dos dimensiones estuvieron presente en este año que se fue. Así que fue un año excelente, como todos. Cuando “caemos en la cuenta” – despertamos – que la vida es aprendizaje y experiencia todo se relativa y asume su pacífico lugar.

Los místicos descubrieron esta maravilla y por eso repiten: “nada que hacer, ningún lugar adonde ir” – es decir – la vida misma es el sentido. Deja de buscar y saborea la vida.
Este único, efímero y maravilloso vivir desborda de sentido y desborda de ser.

Si en cambio creemos que la vida es una sucesión de logros y metas para alcanzar, la frustración y las tensiones nos acompañarán, no solo en el 2018, sino en el resto de nuestras existencias. Todos tus esfuerzos, tu trabajo, tus preocupaciones, enojos, logros y frustraciones pasarán… quedará el amor que eres y el profundo sonido del ser. Escucha al divino flautista.
¿Para que tanto correr y tanto preocuparnos?
Centrados en vivir y experimentar la vida de este momento todas las demás dimensiones – por cierto presentes y necesarias – las viviremos desde una profunda paz.

Dicho esto entonces, solo queda agradecer.
Si supiéramos ver, sabríamos agradecer y si supiéramos agradecer el mundo se convertiría pronto en un hermoso jardín.

¿Cómo no agradecer la fidelidad de cada amanecer y la sonrisa de cada luna?
¿Cómo no agradecer cada plato de comida compartido y cada gesto de ternura?
¿Cómo no agradecer la belleza del agua, los árboles y las flores?
¿Cómo no agradecer la música, el canto de los pájaros y la sonrisa de los niños?
¿Cómo no agradecer a tanta gente – parientes, vecinos, amigos – que nos brindaron su amor y su atención?
¿Cómo no agradecer los momentos de dolor que nos hicieron crecer y aprender?

Te damos gracias, Dios de la Vida y Vida de Dios.
Gracias por la firme ternura de la creación y el llanto escondido que riega el amor.
Gracias por el amor derramado de cada ser viviente que fluye sereno desde tus venas divinas.
Gracias por el silencio amigo, fiel compañero que nos habla de ti.
Gracias por las soledades habitadas donde encontramos el camino a la Casa.
Y gracias por esa Casa, tu Casa y nuestra Casa. Casa común, Casa del Amor donde el Ser nos respira y se construye hermandad.
Solo queda agradecimiento en el frágil corazón de tus hijos todavía dispersos y caminantes. Solo queda la llama del amor que se torna quietud y canta sin voz.
Solo una profunda calma donde apenas se oyen los susurros del Ser.
Susurros que repiten: soy Calma y Silencio, soy Fuego y Amor.

Desde un corazón agradecido arrancaremos así el 2018: enamorados de la vida.
Estar enamorados es la condición natural del ser humano. Y, obvio, no se refiere solo ni tanto a las mariposas en la panza que perciben los seres humanos cuando se enamoran de otros seres humanos.
Estar enamorados de la vida es mucho más: es vibrar con la sensación de ser y del Ser que nos sostiene en cada instante. Vibrar con todo ser viviente y sintiente. Disfrutar cada día, cada momento. Sonreírle al dolor y aceptar con humor lo que no comprendemos. Estar enamorados de la vida es sembrar alegría y esperanza en el jardín del mundo. Es vivir desde el centro y lo profundo y animarse a hacer de la quietud un movimiento de amor y del silencio, sagrada poesía.

Enamorarse de la vida entonces es la gran y única tarea para este 2018. No tenemos que hacer nada más.
No quiero hacer nada más.

Quiero respirar. Quiero sentirme vivo y palpar la vida. Quiero sumergirme en el Silencio que todo lo abarca y desde ahí, si es posible y cuando es posible, construir puentes. Puentes anchos y de colores, donde todos entren y se sientan a gusto. Puentes que huelan a bosque de pinos, tierra mojada y café. Puentes donde se tienden las manos y brota la paz.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Mosaico, Navidad y comunidad


Más de 200 personas participaron de la Misa de Nochebuena y de la bendición e inauguración del Mosaico. Fue muy emotivo... y el corazón no tiene palabras para tanta belleza y tanto agradecimiento: Mosaico, Navidad, Comunidad. Tres realidades, una sola. Gracias a todos y cada uno. Somos comunidad, somos familia, somos Navidad.
Les comparto la explicación del Mosaico.



Mosaico parroquial 2017 “Sagrada familia”

Un mosaico es una obra artística que tiene mucha fuerza simbólica. El ser humano vive de símbolos y los símbolos ayudan a comprender, crecer, vivir.
Nuestro mosaico fue una obra colectiva: todos aportaron algo (cerámicas, trabajo, tiempo, ideas, cercanía, apoyo…).
Es un símbolo de la nueva humanidad: trabajamos juntos sin distinciones de sexo, roles, edades. Hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos. Cada cual aportó su capacidad y originalidad: ¡maravilloso!
El mosaico está formado por muchas piecitas: cada piecita por sí sola no forma el mosaico y no tiene sentido. Cada piecita asume su plenitud y significado en el conjunto. Así es la vida: asume su significado en la totalidad. La parte tiene sentido como “parte del Todo”. Nuestra pequeña existencia asume su plenitud en el proyecto universal e integral de Dios.
La imagen
El mosaico representa la familia de María, José y Jesús.
Estamos invitados a mirar hacia arriba, donde aparece una Gran Mano. La gran mano de Dios Padre, mano que engendra, cuida, sostiene. No vemos el rostro: Dios permanece Misterio y un Misterio que hay que respetar. Un Misterio que pide simplemente apertura y disponibilidad. La gran mano – materna y paterna – de Dios regala el Espíritu: la llama. La llama de fuego expresa el Espíritu de Dios que fecunda a María y fecunda toda la realidad. El Espíritu de Dios es el Amor creador, Amor que continuamente nos crea y nos sostiene.
Este Espíritu se posa delicadamente sobre María de Nazaret. María recibe el Espíritu y engendra a Jesús. Cuando estamos abiertos al Espíritu también nosotros engendramos a Cristo para la humanidad.
María sostiene al niño, como nos sostiene a nosotros con su amor materno y su ternura. El niño Jesús se agarra al manto de la madre con la mano izquierda: todos necesitamos agarrarnos a un amor fiel. En su mano derecha el niño sostiene un rollo: el rollo de la Palabra. Jesucristo es la Palabra de Dios. Dios es un Dios silencioso y lo único que dijo y dice es: Jesucristo. En Cristo tenemos todo.
María y Jesús nos miran: amar es contemplar al otro sin juzgarlo. Una mirada limpia y transparente. José mira hacia sus amores: María y José. Nos invita a hacer lo mismo: volver continuamente nuestra mirada hacia María y Jesús.
Los tres personajes del mosaico tienen ojos y orejas grandes (las orejas se notan poco) y boca chiquita: invitación al silencio y a la escucha. La experiencia de Dios pasa por la receptividad silenciosa y amorosa.
Los colores también nos iluminan. El dorado simboliza la divinidad, así como el rojo. Rojo que vemos presente especialmente en la llamita y en la cabeza del niño Jesús. El blanco expresa la pureza de la disponibilidad al proyecto de Dios: lo vemos alrededor de los rostros de María y José. El azul simboliza la humanidad: María y Jesús plenamente humanos nos acompañan en nuestra aventura muy humana también. La humanidad viene revestida por el rojo del Espíritu: humanidad y divinidad son las dos dimensiones que conforman la realidad.
José sostiene un bastón con tres hojitas verdes: Jesús es descendiente del rey David, de cuyo tronco brota un retoño nuevo según la profecía de Isaías:  Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces” (Is 11, 1). Jesús de Nazaret es este retoño nuevo que brota del tronco de Israel. (Jesé es el padre del rey David).
Jesús de Nazaret se inserta en pleno en la historia humana: es el Misterio de la encarnación.
El vestido ocre de José indica su humildad, su vocación de servicio sin falsas apariencias. También puede indicar su humilde trabajo de carpintero. El trabajo como vocación y como misión dignifica al ser humano.
José tiene una capa verde: símbolo de vida nueva y de la esperanza que el Mesías trae a la humanidad.


martes, 19 de diciembre de 2017

¡Feliz Navidad!

(Mosaico hecho con los niños de la catequesis y la comunidad parroquial)


Quiero escapar de las luces
y vivir la Navidad.
Escapar del ruido
y sentarme cerca del niño Dios.
Para vivir la Navidad.
En la noche silenciosa
todo acontece
y sigue aconteciendo.
Viviendo la Navidad.
Dios calla sereno
en los brazos de María,
y en el silencio de un Dios
todo está dicho.

¿Cómo vivir la Navidad?
¿Cómo desear una Feliz Navidad a toda la gente que conozco, tantos amigos y hermanos que la vida me regaló?
¿Cómo llegar a todos?

Las respuestas surgieron después de mi meditación diaria: con silencio y poesía.
Me gustaría poder abrazar a cada uno, compartir la mesa con cada uno, brindar con cada uno. Me gustaría poder mirar a cada uno a los ojos y decirle: “Eres el amor, todo está bien. Estoy contigo”.
No puedo hacerlo materialmente, lo hago a través del silencio y esta poesía que les regalo, como presente navideño.
¿Cómo vivir esta Navidad? Esta única Navidad ya cercana. No sabremos si viviremos otras.
El peligro de la rutina y la superficialidad nos persiguen a cada paso. Salir de lo rutinario y lo superficial es ir contracorriente en una sociedad empastada de pan dulces y turrones, de alcohol y ruido, de fiestas y turismo.

¿Cómo vivir esta Navidad para reencontrarnos con nosotros mismos, con Dios y con los demás?

Sugiero y comparto unas simples pistas.
·      Agarra a un niño Jesús o un pesebrito pequeño. Siéntate en silencio y contempla. No pienses: solo contempla en silencio. No digas nada, no pidas nada, no hagas propósitos: solo contempla en silencio. Media hora mínimo.
·      Invita a cenar el 24 de noche o almorzar el 25 a mediodía una persona que pasará sola: un enfermo, un anciano, un pobre. Contempla su mirada, escúchalo. Intenta ver en el/ella el Dios que nadie ve.
·      Visita a un enfermo en el hospital. Llévale flores, una tarjetita, un niño Jesús. No comida. La mayoría de la gente necesita más flores y sonrisas que comida. Recordamos a Confucio: “¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.
·      Tomate un tiempo de meditación caminando por la naturaleza. Elige lo que más te inspira y te gusta. Camina despacio, respira, sonríe. Contempla con atención los detalles que te atrapan: Dios te está hablando en eso. Y todo eso es Navidad: tu caminar, tu respirar, tu contemplar.
·      Llama a esta persona que no te cae muy bien, que te hizo algún daño, que te molesta. Deséale una feliz Navidad. Si no logras llamarla deséale felicidad y paz desde tu corazón. Envíale tu amor secretamente.
·      Saca de tu ropero lo que no usas, lo superfluo. Dónalo.
·      Apaga la tele. Desenchufa la tele. Guárdala en el galpón hasta el 26. A menudo el crecimiento espiritual y la paz del corazón son inversamente proporcionales al uso de la televisión.
·      Ordena tu casa, tu cuarto. Pinta si puedes. Renueva, crea armonía. Deja un espacio sagrado con una imagen o un objeto que te ayuden a centrarte y volver a ti mismo y a Dios.

Podes seguir todas estas pistas o solo algunas o solo una… escucha tu corazón y sé honesto con tu anhelo interior.
Feliz Navidad así. Agradecido por tu que me lees y por los que no me leen. Agradecido por el don de la amistad, de la familia y la ternura.

Ya no escribiré más augurios, ya hablé demasiado y tengo que volver a sentarme cerca del niño. Estarás presente en mi corazón y mi respirar en la Nochebuena, la noche donde la ternura se hizo rostros y sonrisas.

Feliz Navidad, desde el Amor y el Silencio. Ahí y solo ahí nos encontramos verdaderamente.



domingo, 17 de diciembre de 2017

Juan 1, 6-8.19-28


En esta preparación inmediata a la Navidad seguimos revisitando la figura de Juan el Bautista.
El domingo pasado a través del comienzo del evangelio de Marcos y hoy a través de los primeros versículos del evangelista Juan.
El evangelista quiere subrayar la diferencia entre Jesús y el Bautista: aquel es la luz y este el “testigo de la luz”.
Qué hermosa “definición” del cristiano esa: testigo de la luz.
Para ser testigo de algo hay que haber experimentado ese algo. Un testigo ha tocado y ha visto. ¿Cómo no traer a colación la hermosa y fundamental introducción de la primera carta de Juan?

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, 
lo que hemos visto con nuestros ojos, 
lo que hemos contemplado 
y lo que hemos tocado con nuestras manos 
acerca de la Palabra de Vida, 
es lo que les anunciamos.” (1 Jn 1, 1).
¿Hemos realmente experimentado la luz? Desde esta pregunta arranca el camino humano y cristiano.
Quién ha experimentado la luz no puede que vivir en la luz, desde la luz y anunciando la luz.

Demos un paso más, el paso místico y decisivo en este cambio de época y de paradigma.
Ser “testigo de la luz” no hay que entenderlo solo en el sentido exterior como desde siempre se ha interpretado: testigo de otra luz, testigo de otro/Otro.
La luz de la cual somos llamados a ser testigos es – en su esencia – la luz que somos.
El Maestro de Nazaret vino a revelarnos que somos luz, que la luz es nuestra identidad más profunda y vital: hijos de Dios, de la misma sangre.
El Cristo interior es – armónicamente y simultáneamente – nuestra identidad y nuestra luz.

Comprendido desde este nivel de conciencia, ser “testigo de la luz” toma una hondura insospechada y maravillosa.
Una hondura que nos invita a ser, como amaba decir uno de mis profesores de filosofía, “buzos del ser”.
En las profundidades silenciosas una luz fulgurante espera ser descubierta y que le permitamos manifestarse.
El Jesús histórico es absorbido por la luz de la resurrección y llena con esta luz todas las cosas, creando y sosteniendo.
Quedar anclados al Jesús histórico es renunciar a crecer. Él mismo lo dijo repetidas veces: “les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes.” (Jn 16, 7).
Esto no significa olvidar o perder al Jesús historico que los evangelios nos transmiten: significa dejar de ser “niños” dependientes y caprichosos para hacernos cargo de la luz que somos, del Cristo que nos constituye y nos ilumina.

Para eso es bueno seguir el consejo del Bautista: “allanen el camino”. Invitación que ya encontramos en Isaias (40, 3) y que Juan retoma.
“Allanar el camino” es una invitación a ser sencillos, transparentes, radicales. Dimensiones que el mismo Bautista encarnó en su vida y su misión.
La tendencia del ser humano a mentirse a sí mismo y a huir por los tortuosos caminos del ego es poderosa. Por eso necesitamos disciplina y perseverancia. Por eso a menudo necesitamos compañeros del camino que nos acompañen y nos digan la verdad, aunque duela.
Ánimo: a quién allana el camino – a quién se compromete con la sencillez, la transparencia y la radicalidad – el encuentro con la luz está asegurado.

La luz que somos solo puede brillar en una mente en calma: nuestra mundo psíquico (pensamientos y afectividad) es como una vidriera que la luz ilumina y traspasa. No vemos la luz pura (¿cómo la luz puede verse a sí misma? ¿Cómo el ojo puede verse a sí mismo): vemos lo que ilumina. Cuanto más nuestro mundo psiquico está en paz más la luz brilla, ilumina y se manifiesta.

Entonces seremos verdaderos testigos de la luz: vidrieras hermosas, originales, únicas que simple y maravillosamente permiten que la luz pueda expresar la infinita belleza del único Amor.




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