sábado, 31 de marzo de 2018

"No te has ido": ¡Feliz Pascua!



No te has ido.
Es que antes, unidos cuerpo y alma,
estabas en el mundo.
Y ahora (no te has ido),
alma y cuerpo distantes,
el mundo está en ti.
- Juan Ramón Jiménez


Felices Pascuas con estos hermosos versos del poeta y místico español Juan Ramón Jiménez (1881-1958), premio Nobel de la literatura en 1956.

No se ha ido el Cristo, siempre está y siempre estuvo.
Su paso por la tierra de Palestina
nos mostró el Amor que todo lo llena,
desde siempre y para siempre.
Si es que la palabra “siempre” tiene sentido.

El Nazareno se descubrió Cristo viviente
y nos regaló su descubrimiento y su lucidez.
Vivió amando desde al Amor
y convirtió el Amor en vida,
como el agua en vino.

No se ha ido el Cristo.
En realidad no hay nadie afuera del Él.
El Maestro de Galilea se entregó,
fiel a sí mismo y a su misión.
Se durmió en la cruz
y el mundo se despertó en Él.

Resuenan otros místicos y silenciosos versos:

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo,
cuando Cristo despierta en nuestro cuerpo.
- Simeón el Nuevo Teólogo

¿Es el Cristo que vive o vivimos en Él?
Todavía no lo sé. Y me callo, amante y amado.
Y me abriga el silencio.
Solo sé que la muerte no es,
y que el Cristo sí, Es.


domingo, 25 de marzo de 2018

Marcos 15, 1-39




Domingo de Ramos: Jesús entra en Jerusalén y nosotros entramos en la Semana Santa. El tiempo de cuaresma que se termina tendría que habernos preparado para vivir estos días con intensidad: si así no fuera siempre estamos a tiempo. Basta un “si” total y entregado en este momento.

La Semana Santa puede ser un tiempo especial de renovación y de encuentro con el Cristo Viviente, con el Dios de la Vida y la Vida que es Dios.
Una hermosa invitación para entrar en esta semana y vivirla en plenitud nos viene del evangelio que escucharemos hoy en las celebraciones.
Como siempre la iglesia en este domingo nos hace leer todo el relato de la Pasión de Jesús: este año en la versión de Marcos.

Subrayo dos pistas para nuestra reflexión:

1)   El proceso y la condena del Maestro.
El proceso y la condena de Jesús son una farsa. Es toda una maquinaria inventada para sacar del medio a alguien incomodo, alguien que vive en la Verdad y la dice.
En la raíz del proceso de Jesús hay envidia, hipocresía, deseo de poder, fanatismo religioso y político.
Realidades muy conocidas por nuestro mundo y – muchas veces – por nuestra justicia. En el proceso y la condena de Jesús podemos ver todas las injusticias que se siguen haciendo en nuestras sociedades. Atrás de cada injusticia y opresión podemos fácilmente reconocer el ego humano con todos sus miedos y sus deseos.
No habrá verdadera justicia sin trascender el ego. Como dice John Price: “Hasta que no trasciendes el ego, no podrás sino contribuir a la locura del mundo.
Nuestra urgente tarea es entonces trascender el ego: eso depende de mi, depende de nosotros.

¿Cómo aportar desde nuestra pequeñez y pobreza a un mundo más justo y fraterno?

El camino más directo y seguro es trascender el ego. Como hizo Jesús y como nos invitó a hacer, con sus palabras y gestos.

¿Qué significa trascender el ego? ¿Cómo hacerlo?

No es cuestión de voluntad ni de esfuerzo. Con la voluntad y el esfuerzo, aunque estén orientados al amor, será siempre el ego a actuar y – echado por la puerta – entrará por la ventana: “yo lo hice”, “yo crecí”, “yo mejoré”, “yo sé”… con lo que sigue, obviamente: “el otro no lo hace como yo”, “el otro no crece”, “el otro no quiere mejorar”, “el otro no sabe”.

Trascender el ego es cuestión de visión, de nivel de conciencia. Es el aprendizaje momento a momento de vernos y ver la realidad desde más allá de la mente: observando – tomando conciencia – de los pensamientos y las emociones nos situamos instantáneamente más allá del ego y nos damos cuenta de nuestra verdadera identidad. Somos Eso – Amor, Vida, Paz – que está observando. Somos la Conciencia donde todo está aconteciendo y no lo que acontece.

Desde este nivel de conciencia – don y tarea – surge una nueva visión: no hay culpa, hay inconciencia. No hay pecado, hay irresponsabilidad. En todo y en todos descubrimos el Amor que somos y desde ahí podemos vivir en el amor con profunda libertad.
Nuestra tarea es ejercitarnos en la práctica diaria de esta visión y el don vendrá en el momento adecuado.

2)   El silencio.
En el proceso de Jesús asombra su actitud: silencio. El silencio de Jesús es como un macizo que cae sobre sus jueces. El silencio de Jesús es su fuerza y su fundamento. Sus palabras contadas surgen del silencio y regresan al silencio.
La Verdad no necesita palabras ni defensa.
Cuanto lejos estamos: nuestro mundo enfermo abusa continuamente del don de la palabra. Creemos que las palabras llevarán a la justicia. Nos defendemos los unos de los otros a fuerza de palabras, conceptos, opiniones, juicios, apelaciones. Y todo sigue más o menos igual… a menudo peor: quedan rencores, odios, separaciones.

Jesús nos muestra y enseña la vía del silencio. El silencio nunca falla y a menudo es el grito más fuerte contra las injusticias y la opresión. A veces será necesario hablar: pero nuestro hablar será efectivo si surgirá límpido del silencio. Y será entonces un hablar sereno, corto, pacifico.

El silencio siempre lleva a la Verdad y a la Resurrección.
Caminemos entonces desde el silencio en esta Semana Santa. Regalémonos tiempos concretos de silencio y de meditación.
Estemos atentos a nuestras palabras y antes de hablar conectemos con el silencio que somos y que vive en nuestro ser más profundo.
Tu mundo, el mundo, cambiará. Te lo aseguro.


miércoles, 21 de marzo de 2018

Del lado del Arquero





-      Maestro: “¿Cómo puedo evitar las flechas del destino?
-      Ponte del lado del Arquero

Me gustan mucho estos cuentitos cortos, estos aforismos, estos brevísimos diálogos. Son como pinceladas que pueden iluminar repentinamente.
Ocurre a menudo que con textos más largos y conceptuales nos perdamos mientras que un corto dialogo o frase puede hacer brecha en el ruido mental y llegar directamente al corazón y desde ahí activar el poder intuitivo que late en cada uno.
Hay que estar atentos: la intuición es más poderosa y verdadera que lo racional.
Una vez que la intuición capta el mensaje podemos utilizar la mente para intentar comprenderlo racionalmente y transmitirlo.
Es lo que intento hacer con nuestro pequeño dialogo:

-      Maestro: “¿Cómo puedo evitar las flechas del destino?
-      Ponte del lado del Arquero

El discípulo – afuera de la metáfora – está preguntando a su maestro como evitar los golpes de la vida. Nadie quiere evitar lo que le gusta y le hace bien.
La respuesta seca y sabia del maestro pone del revés la pregunta: la única manera de evitar las flechas es convertirse en arquero.
¿Adonde apunta el maestro?

A la perspectiva. A la percepción. A la visión.
El discípulo percibe la vida como algo que le ocurre desde afuera. Se percibe como un ser separado de la vida al cual le ocurren cosas. Y quiere evitar los acontecimientos desagradables.
El maestro lo invita a reubicarse, a ver las cosas de otra manera. A cambiar de lado.
La vida no es algo separado que nos está ocurriendo. Somos esa misma Vida, ese Arquero con la A mayúscula.
Vive la vida” le sugiere el maestro. O mejor: “deja que la Vida te viva”.

En otras palabras: el discípulo está en una visión dualista y el maestro lo invita a pasar a la visión no-dual o de la unicidad.
Es el camino contemplativo, el camino del silencio.
Desde el silencio experimentamos que no hay flechas, sino simplemente Arquero. Divino y único.
Desde el silencio podemos ver que la Vida es Una y que – simple y maravillosamente – somos expresiones de esa Vida. Soy la Vida que se está viviendo en mí.
Desde esta perspectiva, percepción y visión no existen flechas ni destino. Se termina el juego mental – compulsivo e inconsciente – del juzgar, del desear, del rechazar.
Surgen la belleza y la gratuidad: Vida plena manifestándose. Un Arquero enamorado que siempre da en el blanco.

Y… ¿Qué pasa con las flechas?
La experiencia sugiere que las dificultades, los golpes, los límites siguen.
Es cierto y es la experiencia también de todos los sabios, santos e iluminados.
Nadie en el mundo está exente de experimentar las flechas del dolor.
Ponerse del lado del Arquero no significa dejar de experimentar la cuota de dolor que a cada cual le toca.
Pero, viviendo la Vida desde la Vida que somos, todo se transforma radicalmente. Viviremos las flechas – las experiencias de dolor – desde la Paz y el Amor que somos. Las viviremos como expresión también del Amor. Las viviremos como oportunidades para descubrirnos y crecer. Las viviremos sin la angustia que generalmente acompaña a las experiencias del dolor, del límite, del fracaso.
Viviremos las flechas con responsabilidad: ¡no hay nadie disparándolas! No tenemos que culpar a nadie. Somos responsables de nuestras propias flechas, responsable de todo lo que sentimos.

Y, sobretodo, las viviremos desde la conciencia de la unidad y la totalidad. La Conciencia eterna y estable – lo que somos – que no es afectada de ninguna manera por ningún tipo de flecha.



domingo, 18 de marzo de 2018

Juan 12, 20-33



Estamos empezando la quinta semana de cuaresma. El domingo que viene será Domingo de Ramos.
El texto que escucharemos hoy en la liturgia tiene una profundidad espiritual impresionante. Es uno de estos textos para leer y releer pausada y lentamente, saboreando cada palabra.

La gente en Jerusalén está de fiesta y quiere ver a Jesús. El evangelista parece decirnos que a Jesús no le interesa mucho que lo busquen. Su respuesta va totalmente por otro lado. ¡Qué maravillosa es la libertad del Maestro!
Jesús estuvo siempre cerca de la gente, siempre sanando, perdonando, alentando. Siempre cerca especialmente del pobre, enfermo, marginado.
En este momento su atención se centra en otra realidad: su hora. El momento clave de su vida.
El evangelista Juan habla de la hora de Jesús como el momento culmen: cruz y resurrección. Todo su evangelio se centra en la hora, todo tiende a esa hora.
Porque, lo veremos, la hora de Jesús es la revelación más esplendida del Dios Amor.
En este contexto tenemos la maravillosa y famosa parabolita de grano de trigo:  
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Jn 12, 24).

Jesús mismo la explica así: “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.” (12, 25).
Otras traduciones dicen así: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.

En la historia de la iglesia y en la predicación se dieron muchas veces indicaciones e interpretaciones distorsionadas y hasta anti-evangelicas: un rechazo del mundo, una visión morbosa y enfermiza del sufrimento, un rechazo a los placeres de la vida.

¿Cómo comprender entonces una tan fuerte y tan tajante afirmación?

Solo la podemos comprender cabalmente desde nuestro auténtico ser.
Lo que hay que dejar, lo que hay que perder es la ilusión del yo: el ego. El apego (interesante el juego de palabra ap-ego) a nuestra supuesta y superficial identidad es lo que hay que dejar. No soy lo que mi mente me dice que soy. El ego – lo que generalmente llamamos “yo” – en el fondo es esta identificación total e inconsciente con nuestra mente (pensamientos, sentimientos, emociones).
Es muy interesante y sugestivo que la neurociencia moderna se esmeró en encontrar en algún rincón del cerebro humano este lugar del “yo”, este lugar donde la persona se reconoce como “yo”: no encontró nada. Obvio: no existe. No es el supuesto “yo” que crea la conciencia (como afirman los materialistas y racionalistas) sino es la Conciencia que crea y se manifiesta en un “yo”. Este “yo” no tiene nada que ver con nuestra autentica identidad: es una simple herramienta que la Conciencia se dio para experimentarse en este mundo como ser humano.

Nuestra verdadera identidad se encuentra en otro lado: más profundo, más íntimo. Es el lugar justamente de la Vida, es el lugar desde donde el Ser nos comunica el ser. Es el lugar donde nos sentimos Uno con la Vida misma. Eso es lo que somos. Y eso no se puede perder jamás. Eso es lo que no muere, porque no nació. Este es el verdadero “Yo”.

Hoy en día lo llamamos Conciencia. Jesús lo llamó “Padre”. Lo podríamos llamar “Misterio”, “Amor”, “Vida”… Si a los cristianos les gusta seguir llamándolo “Padre” para ser fiel a la palabra de Jesús no hay ningún problema. Simplemente hay que saber a que nos referimos. La palabra “Padre” sugiere un Ente separado y eso ya no es aceptable.
A mi me encanta usar las palabras “Vida” o “Aliento”.
Dios es la Vida de toda vida y el Aliento de todo aliento: ahí se percibe la profunda unidad que mantiene la diferencia en la manifestación. Dios – la Vida – se manifiesta en la realidad sin que esta lo agote. Dios – el único Yo – se manifiesta como ser humano. ¡Somos Vida divina! Es términos cristianos: hijos de Dios.
Lo invisible se manifiesta en lo visible, lo eterno en lo temporal.

Jesús había hecho experiencia de esto. Fue la experiencia clave de su vida y su misión. Por eso su vida fue total entrega. Y por eso, ante la angustia de su muerte, se sitúa en este lugar del Ser desde el cual puede decir:
Mi alma ahora está turbada. 
¿Y qué diré: 
“Padre, líbrame de esta hora”? 
¡Si para eso he llegado a esta hora! 
¡Padre, glorifica tu Nombre!.” (Jn 12, 27-28).

El ego, ante el dolor y la muerte siente angustia y miedo. No puede sentir otra cosa porque la muerte psicologica es justamente el fin del ego, de nuestra identidad ilusoria. Solo desde el ser profundo – nuestra verdadera y eterna idendidad – podemos aceptar con serenidad dolor y muerte, sabiendo que ellas mismas, por cuanto terribles pueden parecer, son también manifestaciones del único Amor, experiencias físico-psiquicas que se disolveran en el oceano de la Paz, el Gozo, el Amor.

El místico persa Rumi, desde la tradición sufí, habla de existencia e inexistencia.
La existencia sería el nivel ilusorio del yo, el ego. Dios que trasciende estas categoria, trabaja con la inexistencia.

El Ser Absoluto trabaja en la inexistencia; ¿qué es el taller del Hacedor de existencia sino la inexistencia? ¿Acaso alguien escribe en una hoja escrita? ¿Acaso alguien planta un retoño en un lugar ya plantado? No, busca un papel que no está escrito, siembra una semilla en un lugar que no esté sembrado.
Por eso para Rumi la verdadera vida se encuentra en la inexistencia, en el nivel donde Dios trabaja. Es la misma paradoja de nuestro versiculo evangelico: ¡qué coincidencia!
Lo que creemos que es, en realidad no-es: es simple indicio de que el verdadero Ser se encuentra en otro lado. Evangelicamente: perdiendo la vida – lo que creiamos ser – nos encontramos con la verdadera Vida – lo que sí somos –.

Es la experiencia de la resurrección. La experiencia de una plenitud insospechada. Lo que parecía terrible – la cruz, el perder, el desapego – se transmuta en Vida plena. Por eso Juan para hablar de la hora de Jesús – el Misterio pascual – usa la palabra glorificación. La Cruz de Cristo es su Gloria.
Por eso también – sobretodo en la tradición cristiana ortodoxa – mucha iconografia del Cristo crucificado lo representa vivo y con los ojos abiertos.
Perder la vida, “caer en la inexistencia” – según las palabras de Rumi – es encontrarse con la Vida. Morir es vivir.

Entregarse en el amor es reencontrarse de manera nueva en lo Uno y único: el Amor. Perder nuestro supuesto “yo” es descubrirse Amor.
Así, otra vez – y termino – lo expresa muy bellamente Rumi.

Una mañana, un amado le pidió a la amante que lo pusiera a prueba:
-       «Oh, fulano de tal, me pregunto si me amas más a mí o si te amas más a ti mismo. ¡Dime la verdad, oh, hombre de penas!»
Él respondió:
- «He sido tan aniquilado en ti que estoy lleno de ti de pies a cabeza. No me queda nada de mi propia existencia más que el nombre. En mi existencia, oh, querida, no hay nada más que tú.»

Una belleza. Una locura. La locura del Amor.





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